30 octubre, 2012

Hoy en la consulta... VI. Retrasos

   Hoy no he tenido demasiados citados. Sin embargo, al final, a lo largo de la jornada, he ido acumulando un retraso que ha terminado siendo excesivo. No es la primera vez que me sucede al confiar en que dispongo de algo más de tiempo para cada paciente, y cuando alguno o algunos de ellos presentan algún  o algunos problemas de más dificil resolución y, entretanto, se han citado algunos más inesperadamente incrementando la lista sobre la marcha. El caso es que cuando le tocaba el turno a la última paciente llevaba un retraso de más de hora y media.

   Era una mujer joven con un carrito con su bebé en el interior aparentemente, por suerte, dormido. Ha entrado muy nerviosa y, sin ni siquiera saludar, ha empezado a quejarse muy indignada de la larga espera. A pesar de que le he dado la razón ha seguido explayandose en sus quejas. Es corriente que, sobrepasado cierto punto de enfado, se concedada más importancía a la necesidad de reivindicar su descontento que al motivo de consulta. Tanto ha insistido en su actitud que finalmente, tal vez acuciado por el desgaste de la jornada y en cierta medida por el cuadro catarral que yo mismo llevaba puesto (ahora en pleno auge mientras escribo esto), le he contestado con cierta sorna que yo soy un médico lento pero que hay otros colegas en el mismo centro mucho más rapidos.

   Incrementando su indignación por momentos ha seguido con lo mismo: que no hay derecho a estar esperando dos horas (repito que realmente era hora y media), que con lo mala que está, que le podían haber avisado que iba a haber ese retraso, que se podia haber ido dar de comer al niño y volver...

   A estas alturas ya me estaba temiendo que iba a ser poco probable que la consulta fuera llevada a cabo con normalidad. No obstante, como mandan los canones, he mantenido la calma todo el tiempo, no he elevado el tono de voz en ningún momento. Como seguía de pie con sus quejas, le he ofrecido sentarse, cosa que ha rechazado. Le he vuelto a dar la razón en el motivo de sus quejas y le he explicado que, si se encontraba tan mal, me lo podía haber hecho saber y la hubiera pasado antes. Le he informado que además hay siempre uno de los médicos del centro que atiende las urgencias y he añadido que, si no quiere someterse al riesgo de tanto retraso, otro día procure citarse a primera hora. Lo ha entendido mal y ha creido que le proponía citarse para mañana. He tenido que aclararle que por supuesto que la veía ahora.

   Tras este "forcejeo", cuando parecía que iba a contarme algo de la espalda, se ha interrumpido con un "lo siento pero no puedo..." mientras ha comenzado subitamente a sollozar. Solo me ha dado tiempo a decirle "yo también lo siento, porque no creo haberle hecho nada..." Mientras, con apresurada maniobra, le daba la vuelta al carrito y salía a trompicones por la puerta, aun le ha dado tiempo a replicarme "si que me ha hecho..."

   Cuando creía que me iba a marchar a mi casa a disfrutar de mi catarro tras una jornada laboral placentera, mis expectativas se han visto frustradas por esta única paciente.

   Otros compañeros atienden enfermos o asegurados o usuarios; yo atiendo pacientes de verdad, en toda la extensión del término. Porque se necesita tener mucha paciencia para aguantar las largas esperas a las que a menudo les someto. Los que aun permanecen conmigo tras todos estos años ya me conocen y lo soportan estoicamente; pienso que de alguna manera deben de sentirse compensados. Algunos con los que tengo confianza bromean diciendome que siempre que vienen se traen el periódico o un buen libro y que a veces les da tiempo a terminarlo. Yo les sigo la corriente diciendoles que es lo bueno de venir a mi consulta; que se mantiene uno informado y se aprende; creo que ha habido incluso quien se ha preparado alguna oposición.

                                                                

   Se lo que es trabajar de "médico de cupo" cuando tenías que atender a ochenta pacientes en dos horas. Y se lo que es trabajar en "las lecheras" cuando tenías que salir a veces a quince o veinte "urgencias" domiciliarias apresurandote todo lo que podías, porque cuando volvías al puesto de urgencias, tenías otros tantos esperando a ser atendidos. Terminabas con estos y otra vez a salir con otros diez, quince o veinte domicilios. Y asi hasta diecisiete horas seguidas, cuando no veinticuatro los festivos. Entonces si sabíamos lo que era luchar contra el tiempo.

   A diario un administrativo o una enfermera repartía a los pacientes que esperaban a primera hora unas papeletas con el numero de orden. Tal como se hace en la carnicería o la pescadería. El sistema era algo tercermundista, pero en cierto sentido era más justo. Estos calculaban el tiempo, según el numero que les había tocado, y se iban a sus cosas. También se hacían sus apaños entre ellos intercambiandose los numeros a su conveniencia. Lo que no había era quejas por la demora en la atención, porque lógicamente no había ningún compromiso de ser atendido a ninguna hora concreta.

   El sistema se mantuvo incluso cuando nuestra jornada laboral era de siete horas, tras la creación de los primeros centros de salud en el marco de la reforma sanitaria de los ochenta, y el tiempo que dedicabamos a la consulta podía teoricamente prolongarse mucho más allá de aquellas dos horas de antaño. Desde el principio aprendí a dar todo el valor que se merece a ese tiempo extra.

   Tal vez por eso, cuando al poco tiempo se informatizó a los administrativos con el SICAP (Sistema Informático de Cita en Atención Primaria) y se crearon los conceptos de agenda de consulta  y el de cita previa, mucho antes de la Plataforma Diez Minutos, mucho antes de disponer de ordenador en la consulta, tal vez fuera yo uno de los pioneros en asignar diez minutos por paciente, circunstancia que he venido manteniendo desde entonces.

   Con la cita previa vinieron inevitablemente las reclamaciones por el tiempo de espera ya que rara vez se puden cumplir las expectativas que se le da al paciente al asignarle una hora concreta de visita. Se puede asegurar hoy que es el motivo más frecuente y casi exclusivo de quejas y reclamaciones en Atención Primaria.

   No me gusta que me hagan esperar y, por el mismo motivo, no me gusta hacer esperar a mis pacientes. Cada día me hago el mismo propósito de no generar demasiado retraso. Sigo con mis diez minutos y tengo una agenda bastante realista que prolongo hasta casi toda la jornada para que tengan cabida todos los pacientes que tengo de media. Pero ningún día sabes cuantos van a acudir, con que problemas y en cuanto se incrementará la lista en la propia jornada mientras aun pueden citarse; la famosa "agenda de calidad" de La Administración.

   Opino que con los escasos medios que nos facilitan, con tantas trabas para acceder a determinadas pruebas complementarias y mermada asi nuestra capacidad resolutiva, el mayor bien que podemos ofrecer a los pacientes, la mejor herramienta de que disponemos en atención primaria se llama tiempo; todo el que cada motivo de consulta consideremos que requiere, sin consentir que nos lo merme ninguna otra consideración, aunque acabemos consumiendolo todo y a veces acabemos con su paciencia. 

  Se que inevitablemente lo ocurrido hoy volverá a ocurrir cualquier día, espero que la próxima vez al menos no me encuentre... ¡ah...! ¡ah...! ¡¡¡Atchuuuus!!!

 Alfredo Falcó Sales, 2012

26 octubre, 2012

Reirse ante la adversidad

   Ayer tuve un sueño... 


   Era una jornada electoral, creo que eran unas generales. Nadie pasó a depositar su voto en todo el día. En lugar de eso unos se reunian en corros en las plazas públicas o ante los mismos colegios electorales a maquinar contra los políticos, otros daban largos paseos al sol de aquel excelente buen tiempo, algunos practicaban su deporte preferido. Familiares y amigos habían quedado para disfrutar de una buena comida y mejor sobremesa. Bares, cafeterias, restaurantes y espectaculos a rebosar. 

   Los políticos temerosos de la extraña situación tampoco se atrevieron a acudir a votar y se encontraban en paradero desconocido. En algunas mesas electorales habían montado timbas, en otras orgías y en la mayoría improvisadas barbacoas a las puertas de los colegios. Nunca fue tan sencillo el recuento como el de aquel día: ni una sola papeleta depositada en toda La Nación. 

   De pronto me desperté, seguramente porque ni en lo más profundo del subconsciente puedo imaginar que vendría a continuación, pero asi son los sueños.

                                                                 ************

   Si, lo confieso, soy abstencionista desde hace más de veinte años. En contra del criterio general de los fundamentalistas de la democracia, que tanto afean nuestra conducta con manidos argumentos como el del voto util y otros similares, soy uno de los cada vez más numerosos ciudadanos que ejercemos nuestro democrático derecho a no votar cuando no parece existir alternativa alguna medianamente decente.

   A pesar de lo politizado que se encuentra nuestro ejercicio profesional, siempre he procurado evitar que la política, en el más amplio sentido del termino, contamine directamente el ambito de mi consulta. Pero esos individuos que dirigen nuestros destinos han conseguido que últimamente haga más de una excepción. 

   A todos nos ha salpicado en mayor o menor medida La Crisis y es casi inevitable que el tema salga a colación en algún momento de la consulta. Las más de las veces es el paciente el que nos da a conocer su desesperada situación ante meses o años de paro irresoluble; mal viven con ayudas de la familia y temen perder su vivienda y lo poco que han conseguido a fuerza de un trabajo casi siempre mal remunerado. Otros rechazan ser dados de baja, ante dolencias que la justifican, por miedo al despido. No son pocos a los que las consecuencias de la crisis se han dejado sentir truncando un entorno familiar ya de por si puesto en entredicho por los drásticos cambios sociales de los últimos decenios. 

   No obstante, el tema sobre el que más se comenta es el relacionado con los cambios en el sistema de aportaciones a las prescripciones y de los productos que han pasado a ser desfinanciados, consecuencia directa de la politica de recortes.

   A todos los que se quejan de esos recientes cambios negativos les recuerdo que no se trata de ninguna novedad; los recortes en prestaciones en nuestro Sistema Público de Salud, a pesar de ser probablemente uno de los de cobertura más extensa, intensa y generosa comparado con otros paises, han sido la tónica desde el mismo momento de su creación. ¿Que son sino esas carencias en cuanto a la atención odontológica y podológica? ¿Y esa atención psiquiátrica y rehabilitadora puramente testimoniales como testimonial es la  Ley de Dependencia, y su consecuencia lógica más directa: residencias geriatricas, centros de día, atención domiciliaria, etc.?, por no hablar de los recortes encubiertos que suponen esas nunca resueltas listas de espera para una simple prueba diagnóstica o para una intervención quirúrgica, que tanto ha contribuido a incrementar la clientela de las aseguradoras privadas.

   Ante tamaña injusticia, los médicos de atención primaria, los más cercanos al paciente y a su lado más humano, solo podemos jugar un pásivo papel asertivo de "paño de lagrimas". Y, aun asi, a muchos de estos aun les queda ánimo para manifestar su descontento, en simpatía con nosotros, por la sangrante perdida de poder adquisitivo y de derechos adquiridos a la que nos viene sometiendo La Administración, y a la que no parecen encontrar el momento de poner freno.

   No hace mucho comentaba sobre los beneficios de la risa para combatir la enfermedad, beneficios que me atrevo a hacer extensivos a la adversidad; por otro lado la enfermedad con mayor prevalencia en este desgraciado momento histórico que nos toca padecer. Adversidad ante la que más que nunca estamos unidos las clases sufridoras; en este caso médicos y pacientes.

   Asi que me he sorprendido a mi mismo dandole la vuelta a la tortilla, haciendo bueno uno de los rasgos más caracteristicos del español medio, convirtiendo tanta pesadumbre en motivo de chanza y distensión.
El objeto del cachondeo no son los leperos ni los tomelloseros, ni los maricas, ni tartamudos, como en los clásicos chistes, sino, por supuesto, los políticos. Nos despachamos bien a gusto a su costa, nos desahogamos, desbarramos y reimos a placer.

   Últimamente los pacientes salen de mi consulta, como siempre, con su "volante" para el especialista; que le atenderá pasadas varias semanas, durante las que seguirá con sus dolores, o con un buen taco de "vales descuento" que ahora les obligará a rascarse el bolsillo, o con una cita para una colonoscopia, un parte de baja..., pero ahora además; en más ocasiones que antes, salen sonrientes cuando no riendo ampliamente y yo con ellos. Y tampoco es extraño que el que entra; tal vez por mimetismo, lo haga con la sonrisa ya puesta y se encuentre con la mía aun latente. Y yo sigo pensando que eso es terapia.

 Alfredo Falcó Sales, 2012

12 octubre, 2012

El "burnout" y la sangre de horchata

   Encuentro lo siguiente en wikipedia:
   El síndrome burnout suele deberse a múltiples causas, y se origina principalmente en las profesiones de alto contacto con personas, con horarios de trabajo excesivos. Se ha encontrado en múltiples investigaciones que el síndrome ataca especialmente cuando el trabajo supera las ocho horas diarias, cuando no se ha cambiado de ambiente laboral en largos periodos de tiempo y cuando la remuneración económica es inadecuada. El desgaste ocupacional también sucede por las inconformidades con los compañeros y superiores cuando lo tratan de manera incorrecta, esto depende de tener un pésimo clima laboral donde se encuentran áreas de trabajo en donde las condiciones de trabajo son inhumanas.
   A ver quien tiene c...s ahora de decir que no padece burnout.

   Nunca he creido en semejante chorrada de sindrome. El que lo inventara y definiera debe de ser de la misma escuela que al que se le ocurrió otra monumental parida: "El trabajo es salud".

   Aqui lo único que hay es personas que reaccionan aunque sea quejandose, enrabiandose, sufriendo por la impotencia de enfrentarse a diario a un entorno en el que abunda el egoismo, la agresividad, la competencia desleal, la molicie y, lo peor de todo, la estulticia, y un gobierno plenamente coherente con esas "virtudes".

   Quizá esas personas  a las que etiquetábamos hace unos años de burnouts; y que ahora se confunden con el resto, no eran más que gente con una especial sensibilidad premonitoria, que no necesitaban llegar a como estamos para saber que asi no podía ser. ¿Donde están ahora esas gentes? ¿Ya no hay burnout? ¿Padecemos todos de burnout? Pero, ¿hubo alguna vez un burnout?

 

   A mi me sigue preocupando mucho más que el burnout la "incombustibilidad", la "sangre de horchata".  Y, si no sabéis de que hablo, aqui dejo la carta que un compañero muy cercano a mí escribió hace más de ocho años y que, a mi juicio y desgraciadamente, sigue muy de actualidad y suscribo plenamente.

De Humanis Corpori Combustio

Desde la antigüedad se conoce la existencia de cierto tipo de materiales, llamados combustibles, que, ante una fuente de energía lo suficientemente intensa y duradera, ayudados por otras sustancias, conocidas como comburentes (siendo el oxigeno el más común en nuestro mundo), pasan al estado de ignición con relativa facilidad.
Con seguridad el primer combustible conocido fue la leña, cuya sustancia base es la celulosa. Probablemente, al principio en la tierra, la madera ardía en incendios espontáneos aquí y allá, bajo la energía que se desprendía de las erupciones volcánicas o, en determinadas circunstancias, del propio Sol. Después El Hombre descubrió la forma de hacer fuego y, por tanto, su capacidad para quemar cosas, animales y personas a voluntad. A propósito de esto, ya entonces se percatarían de que el cuerpo humano no solo no es un buen combustible, sino que resulta muy difícil incinerarlo. Por la simple acción del fuego no se consigue más que soasar, tostar, carbonizar; como debieron comprobar desde Nerón a la Santa Inquisición, pasando por los vikingos, los indios americanos, los hindúes y los bonzos; igual que termina comprobándolo, con desesperación, ni ayudándose de los materiales inflamables más diversos, cualquier asesino que haya intentado deshacerse de su victima por este método. Hoy sabemos, gracias a los hornos crematorios, que son necesarios de unos 760º C a 1100º C durante cuatro o más horas y, a pesar de todo, pueden quedar fragmentos de hueso, que hay que proceder a triturar, para darles a la familia unas cenizas homogéneas y presentables. Aun así, en los últimos tres siglos, se han reportado algunos casos, que un buen número de personas cree verídicos, sobre el controvertido tema de la combustión espontánea. Es sabido que la materia orgánica, bajo determinadas condiciones; como sucede a menudo en los vertederos, puede experimentar dicho fenómeno al igual que se sabe que no todos los incendios forestales son provocados. Pero de eso a creer que un señor sentado en su casa leyendo tranquilamente el periódico, puede sin más comenzar a arder y convertirse en unas horas en un cadáver calcinado...
El profesor Wilton Krogman, un renombrado forense experto en osteología, zanjó el asunto en 1966: “simplemente esto es imposible”.
Señores míos: Que no, que uno no se quema nada más que porque sí; que lo del burnout será muy valido en el mundo anglosajón;  tal vez ellos consideren que uno puede “auto quemarse” por el conflicto cuasiexistencial que sufre su mente, al verse sometido a una presión cada vez mayor, debido a la responsabilidad contractual adquirida con el paciente y, últimamente, con una Administración cada vez más entrometida, pero este fenómeno no puede extrapolarse sin más a nuestro entorno laboral.
No es correcto colgar la etiqueta de “quemado” al que se rebela, aunque solo sea con su actitud y su discurso, con temple de objetor de conciencia; conciencia de que nos debemos al asegurado y a una prestación de calidad, y de asalariado acosado (“mobbing”); acosado por una administración falaz, perversa, alienante, y una permanentemente acrecentada población cada vez más medicalizada, exigente, envejecida, resabiada y frustrada ante la mentira de lo que se le promete previo a las urnas; y se sigue prometiendo cuando conviene políticamente, y la dura realidad.
Seguir, con tenacidad fundamentalista, en el empeño de ofrecer el mejor servicio al asegurado, sin dejar de cumplir con las absurdas, contra-científicas y anti-deontológicas exigencias de La Administración, como si aquí no pasara nada, sí que puede conducir a un auténtico “desgaste” (dándose aquí la paradoja de una institución a la que aparentemente le importa mucho la salud de la población menos la de sus propios empleados) que a la larga no beneficia a nadie.
Tenemos que ser conscientes de que la prioridad fundamental en el momento actual es mejorar nuestra situación laboral; si nosotros estamos mal, tampoco podremos hacer mucho por nuestros pacientes. La solución no nos la va a regalar nadie: hay que pelearla. Debemos cumplir con nuestra estricta labor profesional en beneficio del paciente, que al fin y al cabo es para lo que se nos ha formado y lo que éste espera de nosotros. Todas las demás exigencias de La Administración, que solo tienen la finalidad de justificar su pletórica existencia, así como sesiones, estadísticas, etc., deberían obviarse y dedicar todo nuestro “tiempo libre” a asambleas para aportar ideas y planificar acciones, hasta comenzar a experimentar mejoras.
Como, estando solos, no se pude llevar a cabo nada, las acciones deberían canalizarse a través de instituciones como la Plataforma Diez Minutos o La Coordinadora de Equipos de Atención Primaria (que no parece que sean solo un grupo de “quemados” sin otras cosas que hacer), dado que de los sindicatos mayoritarios parece que no podemos esperar grandes cosas.
Los que penséis que no merece la pena hacer nada, que es mejor dejar las cosas como están, que seguramente se termina arreglando todo solo, que tampoco estamos tan mal... Creo que tenéis un problema peor que el del “quemado”: el del “incombustible”. Me pregunto ¿cuánto ataque a sus derechos fundamentales necesitan sufrir ciertas personas para que tomen conciencia de la necesidad de defenderse?

Compañero que eres sensible a la problemática de la sanidad, que te quema, contra la que te revelas o, para tu desgracia, ante la que sucumbes, no te dejes convencer de que estás quemado: lo que estás es vivo.

Conclusión: uno no se quema solo; hace falta que algo o alguien te queme.

Corolario: Si están quemándote, y no haces algo para evitarlo, o te quemas bien quemado (más tonto eres tu), o es que eres “incombustible” (o sea, una piedra)

Cleofás Frosadella, 6 de abril de 2004


P. D.:  Del “Síndrome del incombustible”, también conocido como el “Síndrome de la sangre de horchata”, hablaremos otro día.
 Alfredo Falcó Sales, 2012

11 octubre, 2012

Hoy en la consulta V. Las medias a medias

   Entre los muchos despropósitos a los que nos enfrentamos los médicos de atención primaria desde hace años, de los más alejados de nuestro quehacer profesional, está el de ejercer de merceros.

   Dentro de la alienante actividad de emitir a diario los "vales descuento" se encuentra un apartado dedicado a los "efectos y accesorios", aunque debería decir "mercería y lencería fina". Me refiero a todos esos artículos que no son fármacos y que comprenden todo tipo de gasas, vendas, apósitos, sondas, bolsas, absorbentes bragados o no, muñequeras, rodilleras, tobilleras, musleras, suspensorios y bragueros, etc., etc., y, por supuesto las medias; que, a su vez, pueden ser cortas, largas, pantys, de compresión normal o fuerte...

   He de decir que muy recientemente han introducido una mejora, simplificando la prescripción al ajustarla a la descripción sencilla del producto, al contrario que hasta hace poco en que teniamos que escoger cualquiera de estos, casi al azar, en un amplísismo catálogo; por supuesto siempre desactualizado, con descripciones  confusas, por marcas e incluso por tallas para, al poco rato, tener al paciente llamando a la puerta con un "esto ya no existe" o "me han dicho en la farmacia que tiene usted que poner...".

   El sistema que practico habitualmente; para preservar mi salud mental, es que el paciente consiga en la farmacia el producto; a la par que el correspondiente CN (¡Bendito Codigo Nacional!), que mejor se ajuste a sus necesidades y elaborar el "vale descuento" a posteriori.



   Hoy mismo he iniciado la prescripción de unas medias para una señora con insuficiencia venosa, muy animado por las mejoras mencionadas recientemente introducidas, siempre con esa más que justificada suspicacia en base a anteriores malas experiencias ante cualquier cambio.

   Pestaña de efectos y accesorios; buscar por... escribo media; despliegue de lista de medias (cortas, largas, compreión normal, fuerte, etc.), escojo cortas de compresión fuerte y aparecen dos opciones: media corta de compresión fuerte y media corta de compresión fuerte ambas piernas.

   No saliendo de mi asombro, por este resultado mejor de lo esperado, me congratulo por la perspicacia de la industria y La Administración al haberse dado cuenta por fin de que la mayoría de la población a la que atendemos poseen las dos piernas, y que lo más frecuente es que necesiten las medias para ambas. Un plausible acierto al haber comercializado también un envase con las dos medias y asi no tener que imprimir dos "vales descuento"; pienso.
Por supuesto escojo la segunda opción, que la paciente aprueba y se marcha tan contenta. Continuo viendo pacientes uno tras otro, sin dejar de saborear, con la punta de las sinapsis del subconsciente, ese agradable regusto que deja la experiencia de las cosas bien hechas. ¡Santa inocencia!

   No tarda mucho en asomar por la entreabierta puerta la anterior paciente con sus edematosas piernas.
      —¡Doctor! Que me han dicho que me tiene que hacer dos recetas.
      —¡Pero, usted ha visto que pone ambas piernas...! —replico contrariado y decepcionado.
      —¡Ya! ¡Si yo también se lo he dicho! Pero me han contestado que aunque lo ponga asi tienen que ser dos recetas...

   Resignadamente le imprimo una copia del anterior "vale descuento" mientras me maravillo ante las mentes retorcidas, manantial inagotable de confusión, devotos de Murphy y sus leyes, que, por la fuerza de la costumbre, pergeñan tenazmente todo mal y/o a medias; incluso las medias.

 Alfredo Falcó Sales, 2012

09 octubre, 2012

In arte ars medica II. Le malade imaginaire


   Para una ejemplificación de Moliere y la medicina tan ilustrativa es Le medecin malgré lui como, la que ahora presento, Le malade imaginaire. Ambas obras tienen mucho en común: conflicto de intereses amoroso, padre burlado, médico falso y falso boticario y, sobre todo, mofa de la profesión médica intercalando un sinfín de frase en latín macarrónico. Todo ello con un lenguaje vivaz y jocoso y situaciones de enredo no por sencillas e inocentes carentes de ingenio.

   Si alguna diferencia hay que señalar es que en la presente obra la figura del padre burlado y el falso médico coinciden en el mismo personaje; Argan, un hipcondríaco con bastantes pocas luces, por demás señas, hasta el punto de dejarse convencer para hacerse médico el mismo; haciendo suyo bueno el aforismo "el médico que se trata a si mismo tiene a un tonto por paciente". Todo ello tras habersele sometido a un engaño para hacerle desistir de la idea lúcida y practica, a su conveniencia, de casar a su hija con un médico sobrino de médico e hijo de boticario, y asi tener asegurada asistencia médica continua y botica a bajo coste.

   A mi entender la obra contiene dos momentos gloriosos, en cuanto a la sátira contra la profesión médica; que es lo que especialmente interesa aquí.

   Uno es aquel en que el doctor Diafoirus; presunto futuro consuegro de Argan, le confiesa a éste, en un alarde del mayor cinismo, que prefiere tener entre su clientela a la gente del pueblo que a la alta burguesía porque, según sus propias palabras: "Si he de deciros la verdad, nuestra profesión al lado de esa gente grande es muy desairada. Yo he preferido siempre vivir del público. Es más cómodo, más independiente y de menos responsabilidad, porque nadie viene a pedirnos cuentas; y con tal que se observen las reglas del arte, no hay que inquietarse por los resultados. En cambio, asistiendo a esos señorones, siempre se está en vilo, porque apenas caen enfermos quieren decididamente que el médico les cure".

   El otro es el falso examen al que someten al protagonista los componentes de una caravana de gitanos haciendose pasar por un consejo de médicos, para conseguir su nombramiento como tal. La solución de Argan a los pacientes problema que le proponen es siempre la misma: "Clisterium donaré, postea signaré, en suitta purgeré" que no significa absolutamente nada en un latín, por supuesto, inventado.

   Esto trae a mi memoria la celebre lección de medicina que Pedro Saputo; protagonista de la novela homónima de Braulio Foz (1791-1865), recibe de su maestro, só metche Omella, y me permito transcribir a continuación:

...Pero sabe, Juan de Jaca (nombre falso de Pedro Saputo), mi muy dilecto discípulo, que Villajoyosa es teatro de prueba para un médico. Muchos marinos, como puerto de mar; calor en la sangre, afrodisis en los alimentos, pubertad precoz, amores tempranos, pasiones tirantes y vejez anticipada. Sangría, vomitorios y purgas a los jóvenes; vomitorios, purgas y sangría a las personas de media edad; purgas, sangría y vomitorios a los viejos; luego sudoríficos a todos, tinturas analépticas y dieta amorescente. Pero sobre todo ten presente que la sangre es el mayor enemigo del hombre; despues entra el amor. Por eso en esa villa hay lo que hay, como llevo dicho. Y buenos que los tengas, y a los que te consulten, dieta y separatio tori absoluta desde San Miguel de Mayo a San Miguel de Septiembre. Esto, ya se ve, no lo harán, se extenuarán, caerán, morirán; pero el médico ya se salió por la puerta. Muerase en hora buena el que morirse quiera. ¿Pago las visitas?, pues requiescat in pace. El médico lo ha muerto; requiescat in pace. Fuera de que, hijo mio, todos según el poeta, sedem properamus ad unam (caminamos al otro mundo). Y hecho debidamente nuestro oficio, que el enfermo se muera del mal o de la medicina, el timpano de los coribantes (que es tocar la zambomba y hacer ruido). Si se te ofrece algún caso fuerte, audaces fortuna juvat (a los audaces les ayuda la fortuna): sangre y más sangre, que, como dije, es nuestro mayor enemigo; y después, suceda lo que suceda, el timpano susodicho, y si el enfermo muere, requiescat in pace...


   En fin, una obra muy recomendable para el público en general y, tratandose de médicos, aquellos que no tengan reparo en ejercitar la sana actividad de reirse de uno mismo.

   En este caso no es necesario que facilite enlace alguno porque, con los terminos adecuados, cualquier buscador os mostrará un buen numero de resultados tanto del original en francés como en español.



   A diferencia de Le medecin malgré lui esta obra fue originalmente creada por Moliere con sus numeros musicales integrados. Para lo cual recurrió a Marc-Antoine Charpentier para la música de los intermedios; al final de cada acto, y la de la entronización de Argan, además de la pequeña pieza que los enamorados cantan al principio del segundo acto. Los ballets que se representan igualmente en la obra le fueron encargados a Pierre Beauchamp. Interesados consultad el comentario.

 Alfredo Falcó Sales, 2012

01 octubre, 2012

Burrocracia II. ¿Receta? ¿Albarán? ¿Factura?

   Somos muchos los que consideramos que la denominación "vale descuento" es la que mejor define a la "mal llamada receta médica" por parte de la Administración Sanitaria.

   De todas las labores burocráticas que entorpecen el desarrollo de la genuina actividad asistencial médica en atención primaria, ésta es la que supone la mayor carga.

   Bien entendida la prescripción, como acto médico, debería terminar en el momento en que el facultativo consigna por escrito qué paciente debe de medicarse, con qué fármacos, a qué dosis y durante cuánto tiempo. Haciendo constar también, en el tratamiento de larga duración, la fecha de revisión del mismo. La Administración debería de articular los mecanismos necesarios para facilitar al paciente dicha prescripción durante el tiempo estipulado; labor puramente administrativa, sin implicar en ello innecesariamente al médico, y asi lo hemos reivindicado con mayor o menor fuerza insistentemente durante años.

   Las autoridades sanitarias han hecho oidos sordos durante años a las quejas y ruegos de un colectivo dócilmente borreguil. Los médicos de Atención Primaria llevamos una eternidad sufriendo la sisífica  labor de cumplimentar y firmar; e incluso autovisar (vease la entrada "Autovisado. Ese sambenito" en este mismo blog), una y otra vez periódicamente la misma prescripción. No solo nuestras prescripciones sino las inducidas por el resto de los especialistas con el pretexto de nuestra mayor accesibilidad para el paciente.

   Hace unos quince años, con la balbuciente informatización de la sanidad y sometidos aun al tormento de la cumplimentación manual del "vale descuento", nació una corriente de enfermeros; que se extendió por toda la Comunidad como mancha de aceite, que se negaron a seguir prestandonos la ayuda que hasta el momento nos facilitaban para esa tediosa labor. Todo ello con total pasividad por parte de una Administración, que de nuevo nos dejaba en la estacada, temerosa de la fuerza sindical de aquellos. Tampoco hemos recibido el apoyo del resto de los especialistas, que siguen tomandonos por sus secretarios; a pesar de estar legislada su obligatoriedad de cumplimentar todos y cada uno de los "vales descuento" que les correspondan.

   Tras haber sufrido durante años el paquete OMI-AP, que en el tema de la "prescripción reiterativa" tan solo contribuyó a mecanizar la cumplimentación de los "vales descuento" a la par que estos se convertian por primera vez en documentos plenamente legibles, ha venido a sustituirle el AP Madrid.

   No se puede negar la superior manejabilidad, y solidez de este paquete respecto al anterior, y se preveen mejoras en cuanto a conectividad y accesibilidad con el resto de integrantes del sistema sanitario. Pero, en lo concerniente al manejo de la cumplimentación de los "vales descuento", no solo no lo ha agilizado sino que lo ha entorpecido a base de una vorágine de exigencias en cuanto a fechas de vencimiento,  caducidades de específicos, precios de referencia, cambios de denominación, etc. que ralentizan su ejecución a lo largo de un sinfín de "clics" y "ventanas", amén de un "gestor de impresiones" remoto que, tal vez por encontrárse a miles de baudios y kilometros de cables de nuestro puesto de trabajo, a menudo se olvida de imprimir. Todo ello con la finalidad de un mayor "control" del gasto sanitario.

   La reciente crisis era el pretexto que La Administración necesitaba para incrementar ese "control": se han endurecido los impedimentos para prescribir los fármacos por nombre comercial, aparece la "receta azul" (vease la entrada "Receta azul" en este mismo blog) con sus aumentos en la aportación de cada paciente y, tras volver de vacaciones, me encuentro con una cartulina también azul (supongo que para que haga juego) que los administrativos han de facilitar cada mes, para la devolución del excedente del tope de aportación mensual fijado para cada código TSI (Tarjeta Sanitaria Individual).


   

   Una cuestión que no se entiende facilmente es porque los "vales descuento" han de caducar a los diez días cuando está contemplado facilitar medicación para tres meses. Nos ayudaría muchísimo que tal caducidad se prolongara por ese mismo periodo de tiempo. Y, por supuesto, es incomprensible que, cuando muchas comunidades hace meses que estan disfrutando de la tarjeta electrónica (que creo que aporta más ventajas que inconvenientes sin estar exenta de estos últimos) nosotros aun estemos esperando la activación de la misma (tal como figura en gris atenuado en la ventana de prescripciones) con el periférico lector de tarjetas inteligentes conectado inutilmente al PC desde hace casi un año.

   En fin, tras estos cambios; y los que me temo que vendrán, ya le cuadra más a la "mal llamada receta" la denominación de "vale descuento", e incluso creo que se va acercando peligrósamente al término factura o albarán. Seguro que es cuestión de tiempo que me instalen en la consulta una caja registradora y un terminal lector de tarjetas de crédito. Aprovecharé entonces para colocar bien a la vista un bote para las propinas.

Alfredo Falcó Sales, 2012